lunes, 28 de abril de 2014

Reseña histórica de la Iglesia Evangélica en México

El porfiriato (1876-1911) protegió a los misioneros protestantes extranjeros con el fin de cuidar su imagen y la de su gobierno ante la opinión pública norteamericana. Así, para 1876 se registra la presencia de 129 congregaciones protestantes en el país, particularmente localizadas en las regiones centro, occidente y norte. Para 1883, es decir, pocos años más tarde, ya había 12 juntas misioneras y 264 congregaciones. Durante esta segunda mitad del XIX, serán los misioneros de las iglesias: presbiteriana, bautista, congregacionalista y metodista; todas procedentes de los Estados Unidos, los que realizarán la labor evangelizadora y educativa del protestantismo en México.
Al asumir Porfirio Díaz el poder, los protestantes desconfiaban de él ya que había derrotado a Lerdo de Tejada, su gran protector. Sin embargo Díaz, al mismo tiempo que mantuvo inalteradas las disposiciones constitucionales en materia religiosa, aplicó también, tanto para la Iglesia Católica como para los protestantes, su política liberal de “dejar hacer, dejar pasar”, que aplicaba en lo económico, cuidando solamente de que no se alterara la paz como él la concebía. Por este motivo, las iglesias protestantes se difundieron ampliamente por todo el territorio nacional entre 1877 y 1911. Entre 1877 y 1882, las congregaciones protestantes casi duplicaron su número, que pasó de 125 a 239; pero su mayor desarrollo tuvo lugar durante los ocho años siguientes, lapso en el que alcanzaron la suma de 566, y después su desarrollo se vio frenado, ya que en 1911 sólo había alrededor de 600 en toda la República. 

En 1887 la Cámara de Diputados aprobó la iniciativa para establecer un programa de instrucción obligatoria, con el objeto de que la educación adoptara los ideales liberales del Porfiriato. Su aprobación significaría, de manera indirecta, un apuntalamiento de los propósitos de las iglesias protestantes, pues éstas, también por vía de la educación, propondrán la transformación de la sociedad, aunque desde su particular óptica confesional.

La expansión protestante no fue tan fácil, si se toman en cuenta sólo las cifras. Fueron innumerables las ocasiones en que fueron expulsados los misioneros y apaleados los conversos, a grado tal que la Secretaría de Gobernación tuvo que instruir con bastante frecuencia a los gobiernos estatales, mediante circulares, sobre el respeto a la libertad de creencia y de tránsito de los misioneros, lo que denota las vicisitudes sociales que enfrentó la evangelización protestante. 

La mayoría de los misioneros protestantes que comenzaron sus actividades entre 1860 y 1870 estuvieron dispuestos a cooperar entre sí, pese a sus diferencias doctrinales. En 1888 se reunieron en una Asamblea General de Misiones Evangélicas y se reportaron entonces 469 iglesias y 49,512 adeptos. Aumentaron éstos a 70,000 en 1906. 

La membresía y el número de locales siguieron en aumento. De hecho, la trayectoria ascendente se mantendrá constante hasta mediados de los años treinta del siglo XX. Para 1875 se registran 125 congregaciones; para 1882, 239; 393 para 1888; 469 para 1892; 600 para 1897; 550 para 1903 y 700 para 1910. Para 1911 había 95 escuelas, 204 lugares de congregación, 114 lugares de residencia de ministros, con un 80% de lugares habilitados para colegios.

En el periodo 1870-1920 hubo un promedio anual de 700 alumnos por colegio, destacando por otra parte el hecho de que por cada dos alumnas había un alumno. Para 1913, había 614 escuelas con una presencia más evidente en las regiones centro y Norte de México, tanto citadinas como rurales, dándose el caso de que en algunos lugares hubo más escuelas protestantes que católicas, como en Tampico en 1910.

El establecimiento y el crecimiento de la nueva fe en una sociedad hostil eran notables; sin embargo, seguían representando una pequeña minoría. En comparación, los primeros misioneros habían esperado más tiempo para crecer. Alguno de ellos expresó en 1873 que, si llegaban al territorio misioneros capaces, en cuarenta años se lograría la conversión, dadas las condiciones de abatimiento de la iglesia católica. 

El 5 de febrero de 1901, el Club Liberal de San Luis Potosí convoca a una convención a la que asistieron 42 protestantes de varios estados de la República, 7 de ellos pastores y maestros de escuelas protestantes: Hexiquio Foracada y Eucanio  M. Cein (San Luis Potosí), Francisco S. Montelongo (Durango), José T. Pérez y Aurora Colín (Michoacán), Pompeyo Morales (Tamaulipas) y Gonzalo López (Hidalgo). Este fue el primer intento de organizar un frente político contra el porfiriato. En 1905 fue seguido por la creación del Partido Liberal Mexicano y la línea moderada se aglutinó alrededor de Francisco I. Madero. Los protestantes mexicanos militaron en ambos movimientos, aunque con mayor participación en el de Madero.   

Al inicio del Siglo XX, los evangélicos, agrupados en 18 denominaciones, habían llegado a ser una minoría influyente en México. Para 1913 habían establecido más de 660 primarias, secundarias y normales, además de varios seminarios teológicos e institutos bíblicos. En 1910, el 30% de los niños mexicanos recibían enseñanza escolar de maestros evangélicos. En el área de la medicina abrieron varios hospitales y clínicas.

Cuando comenzó la Revolución, las iglesias protestantes se lanzaron a ella porque creían que contenía lo mismo que ellas predicaban, y que su triunfo significaba el triunfo del evangelio. Hubo congregaciones enteras que se alistaron voluntariamente en el ejército revolucionario.

Para 1913 la presencia protestante se distribuía en los estados de la siguiente forma: en Aguascalientes, Durango, Guanajuato, Guerrero, Hidalgo, Estado de México y Michoacán había dos sociedades protestantes por entidad; en Chiapas, Querétaro, Sinaloa, Tlaxcala, Yucatán, Morelos, Tabasco y Zacatecas, una; en Jalisco y San Luis Potosí, cinco por estado; en el Distrito Federal seis; en Chihuahua, siete; en Nuevo León, ocho; en Oaxaca, Puebla y Veracruz, tres por entidad; Sonora con cuatro; y Tamaulipas con seis. Prácticamente, pues, en todas las entidades había presencia organizada de protestantes, las que, según los registros, mantenían su sede local en las capitales de las 26 entidades citadas. 

El 9 de octubre de 1920 ancló en la bahía de Acapulco el buque real inglés “Renov” trayendo a bordo al príncipe Eduardo. El llamado príncipe azul se encontró aquí al almirante Breton que fuera héroe de la primera guerra mundial y a quien los nativos le apedreaban como un loco, o pordiosero. Qué gran sorpresa se llevaron todos cuando pasó revista a la tropa real y, este misterioso hombre que se dedicaba a la evangelización, desapareció, tal como había llegado.

En el proceso de la Revolución Mexicana, el llamado de Francisco I. Madero encontró eco en muchos evangélicos. El General Emiliano Zapata con la colaboración de los protestantes miembros de su estado mayor presidencial: El congregacionalista Pascual Orozco fue un destacado general del Noroeste, el presbiteriano Ignacio Gutiérrez fue un general maderista de Tabasco, y el pastor metodista José Trinidad Ruiz ayudó en la redacción y firmó el Plan de Ayala. Y además Otilio Montaño, maestro de una escuela metodista, fue el autor intelectual del mencionado plan.

El General Pascual Orozco, fue uno de los caudillos chihuahuenses más importantes que participó en la Revolución junto con Francisco Villa. El General Benigno Centeno, maestro de una escuela protestante metodista, recibió de Madero la encomienda de iniciar la Revolución en el estado de Tlaxcala, y con él se llevó un buen número de padres de familia evangélicos.

En 1906 el presbiteriano General Ignacio Gutiérrez, líder del movimiento revolucionario en el estado de Tabasco, se caracterizó por implementar en su ejército la moralidad propia de sus creencias. En cuanto tomaba una plaza, prohibía la embriaguez, el saqueo, la violencia y la venganza.

En 1915, Venustiano Carranza encargó al pastor presbiteriano Gregorio A. Velázquez, la tarea de organizar la oficina de Información y Propaganda Revolucionaria. Fue uno de los principales ideólogos del régimen. Reclutó como colaboradores  a muchos jóvenes protestantes, entre ellos a José Velasco, pastor metodista, Pedro Navarro, Conrado Morales, Jacinto Tamez, Moisés Sáenz, Luis Torregrosa y Lisandro Camora, entre otros.

En la asamblea constituyente de 1917, que redactó en Querétaro la Constitución Política que nos rige hasta hoy, diez de los delegados eran protestantes, entre ellos el mismo Andrés Osuna.

Uno de los aportes más importantes de los movimientos de Carranza, Álvaro Obregón (1921-1924) y Plutarco Elías Calles (1925-1928), fue en el área de la educación. Carranza dejó en manos de los intelectuales protestantes revolucionarios la organización de la educación pública, con el objeto de sacar al país  del extremo estado de ignorancia y analfabetismo. Se creó la Dirección General de Educación Pública, y nombraron como director general al metodista Andrés Osuna, que en 1918 dejó la función para ser gobernador de Tamaulipas, siendo suplido en Educación por el educador protestante presbiteriano Eliseo García.  

La participación social de los protestantes continuó durante el periodo revolucionario y pos-revolucionario, debido a los vínculos de algunos miembros de la comunidad protestante con jefes revolucionarios como Carranza, Obregón y Calles. Sería con los secretarios de Educación Félix F. Palavicini (1914-1916) y José Vasconcelos (1921-1924) que la participación de los docentes protestantes alcanzaría su máximo esplendor. De entre los protestantes más destacados cabe mencionar a Andrés Osuna, Alfonso Herrera, Benjamín Velazco y Juana Palacios. 

Moisés Sáenz, un profesor presbiteriano, fue quien estableció los fundamentos de la educación moderna en México. Como Subsecretario de Educación Pública, en 1926, promovió las escuelas rurales como “misiones culturales”. Tantos jóvenes evangélicos ocuparon puestos de importancia  bajo los gobiernos de Carranza, Obregón y Calles, que algunos católicos protestaron en contra de esta “invasión evangélica”.

Durante la presidencia de Plutarco Elías Calles, como consecuencia de la guerra de los cristeros (causada por las limitaciones que la Constitución de 1917 le imponía a la iglesia católica y por la deportación  de los sacerdotes extranjeros), la iglesia evangélica creció mucho por ser la única que ministró al pueblo, pues la iglesia romana ordenó la suspensión del culto público. En 1930, la población evangélica ascendía a 130,322 mexicanos.

Bajo la administración de Lázaro Cárdenas, durante 1934, las escuelas cristianas, tanto católicas como evangélicas, cerraron sus puertas en protesta contra el Artículo Tercero de la Constitución Mexicana, al haber cambiado ésta la normatividad de la educación, de laica a socialista. Los evangélicos perdieron en el terreno educativo, pero entrenaron a sus laicos, produciéndose una cosecha notable. Las comunidades étnicas recibieron las Escrituras en su idioma natal por primera vez, y muchos se sumaron a la iglesia evangélica.

En 1940, con Manuel Ávila Camacho, se terminó la confrontación con la Iglesia Católica, que se fortaleció, reabrió sus escuelas, salió a las calles y promovió una ola de persecución en contra de los evangélicos. Aunque la frase  “educación socialista” del Artículo Tercero de la Constitución fue modificado de nuevo por el de “educación laica”, los evangélicos no recuperaron su influencia en el ámbito educativo.

A pesar de que la madre de Miguel Alemán Valdez era evangélica presbiteriana, el nuevo gobierno continuó la política de mantener relaciones amigables con la Iglesia Católica. Durante los gobiernos de Manuel Ávila Camacho y Miguel Alemán Valdez, un millar de solicitudes para abrir nuevos templos evangélicos no recibieron respuesta por parte de la Secretaría de Gobernación.

Precisamente a partir de la década de los cuarenta, los protestantes eran 0.91% de la población nacional. Cifra tal vez marginal, pero que preocupaba a los jerarcas católicos porque las iglesias protestantes estaban creciendo y mostraban su diversificación –para ese momento ya se habían establecido las principales Iglesias pentecostales tanto autóctonas como las auspiciadas por iglesias norteamericanas y el Instituto Lingüístico de Verano- ganando fieles, esencialmente en las zonas rurales del sureste de México.

Algunos protestantes estaban siendo agredidos, pues desde 1926 éstos comenzaron a denunciar ante autoridades locales y federales que eran objeto de actos de intolerancia religiosa a cargo de “fanáticos católicos incitados por el cura del lugar.” Ya para inicios de los cuarenta, algunas iglesias como el Movimiento Iglesia Evangélica Pentecostés Independiente (MIEPI) contaba a uno de sus obreros, David Ochoa que sufrió persecución en Tepeapulco, Hidalgo, como su 5º mártir sacrificado, y en 1944 algunos casos de intolerancia religiosa en Puebla, Veracruz y Oaxaca empezaron a llegar a la Cámara de Diputados, sin que se esclarecieran las causas de los hechos.

Contrariamente a lo que opinaban sus acusadores católicos, los protestantes se veían a sí mismos, no como parte de una religión ritualista, natural o sobrenatural, “sino como una filosofía y estilo de vida que sintetizaba el lema de elevarse [a sí mismo] y elevar a los demás.” Por ello, el 10 de diciembre de 1944, los ministros evangélicos del Distrito Federal, 23 pastores de distintas iglesias evangélicas, firman y dan a conocer el Manifiesto del Pueblo Evangélico a la Nación Mexicana, sintetizando de manera clara la posición de los protestantes ante la campaña desatada en su contra. Una vez más, como lo hicieron en 1934, recurren a la historia para legitimar su identidad nacional y su propuesta de cambio social.

Para 1939 los registros indican que hay un significativo decremento en el número de locales educativos protestantes y un crecimiento lento, aunque sostenido, en el total de alumnos. La presencia y actuación del protestantismo histórico en las labores educativas en el país empieza a decrecer de manera ininterrumpida.

Los actos de intolerancia a protestantes pasaron de ser un problema religioso regional a ser un fenómeno social y político que afectó a todas las iglesias evangélicas de México desde principios de 1944. Los casos empezaron a ser noticia cuando los protestantes afectados, de manera individual o colectiva, haciendo alusión a la denominación a la cual pertenecían, denunciaban por medio de cartas y telegramas ante el Presidente de la República, autoridades federales y locales, prensa y vecinos, que el orden constitucional estaba siendo transgredido al violarse los artículos constitucionales 14º, 16º y 24º por el sólo hecho de “pensar diferente”.

Frente a esa situación, pastores y líderes evangélicos que habían militado en alguna de las facciones revolucionarias y que se identificaban con el legado liberal y revolucionario de la separación Iglesia-Estado y libertad de conciencia, asumieron una postura cívica laica sin dejar de ser creyentes, en la que “[...] sus valores religiosos y su relación con las iglesias a las cuales pertenecían, no les limitaron en su quehacer político.” Éstos tomaron conciencia de que el Estado no satisfacía ni garantizaba la resolución de los actos de intolerancia religiosa a sus correligionarios, porque todas seguían siendo remitidas a las “autoridades correspondientes” sin la intervención directa del Presidente constitucional. Por tal motivo, para salir de esa aparente marginación, varios ministros metodistas, presbiterianos, bautistas, congregacionales y pentecostales y líderes laicos deciden, en 1948, formar El Comité Nacional Evangélico de Defensa.

De 1952 a 1958 los evangélicos florecieron  por la intervención oficial para implementar la ley referente a la libertad de culto, asegurando sus derechos constitucionales. Ruiz Cortínes acabó con la práctica de la “no contestación”.

Fue recibida con beneplácito por los evangélicos la presidencia de Adolfo López Mateos. La primera dama, Doña Eva Sámano de López Mateos era una evangélica presbiteriana activa. Las perspectivas futuras de los evangélicos parecían muy brillantes en lo político, económico y social. Numéricamente habían crecido tanto que, a decir de los católicos, ya eran una “amenaza”.

La confrontación escrita entre católicos y evangélicos quedó atrás para convertirse en un verdadero enfrentamiento religioso, cuando algunos católicos tradicionalistas simpatizantes de la intransigencia, en zonas rurales y en su mayoría en complicidad con el cura del lugar y bajo respaldo de autoridades locales, llevaron a cabo amenazas de muerte y desalojo, tumultos, zafarranchos, vejaciones físicas e incluso muertes a sus presuntos enemigos de fe, que se recrudecieron hasta 1954.

La iglesia evangélica fue sorprendida por la crisis de los sesentas. Sin saber qué hacer, muchos prefirieron mantenerse al margen. Durante el sexenio de Díaz Ordaz este fenómeno social llegó a su punto máximo con el movimiento estudiantil de 1968. Muchos jóvenes evangélicos participaron en las protestas, y muchos, incluso, fueron encarcelados. Esta generación de jóvenes tenía muchas interrogantes y exigían respuestas bíblicas y prácticas. Al no encontrarlas, muchos abandonaron la fe.

Fuente: José Luis Baltazar Valdés

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