jueves, 24 de marzo de 2011

EL PODEROSO CABALLERO

   Es un lunes común y corriente en la vida de cualquier parroquiano de la ciudad, y me encuentro aquí en el interior de un banco haciendo la fila correspondiente para poder realizar mis acostumbrados pagos y demás operaciones que religiosamente tenemos que hacer en estas instituciones; cuando de pronto se escuchan los portones del banco abrirse de manera intempestuosa…
 -“¡háganse a un lado!” – grita un guardia de seguridad.
Al instante entra un sequito de guardias custodiando dentro de su escolta a un montón de bultos blancos muy llenos por cierto. Entran hasta donde ya no se puede ver mientras que otro par se quedan fuera del local armados hasta los dientes y en formación de ataque.

Como es una terrible costumbre que tengo de fijarme en las situaciones, empecé a darme cuenta de la reacción de la gente, que no se molestaban ni tampoco se impresionaban, sino al contrario, estaban con un gesto de conformidad y casi casi asentaban con la cabeza la forma y manera de manejarse estas personas que casi nos atropellan con su manera de entrometerse al banco (así como los clientes de una carreta de birria o tacos en mitad de calle, que están degustando sus sagrados alimentos e inconscientemente están asentando con la cabeza al mismo tiempo de estar cuchareando diciéndose a si mismos “que sabroso esta esto”).
Entonces, en ese lugar que tenía en la fila de la ventanilla, tuve una epifanía:

 “los guardias que están siempre fuera del banco no están para cuidarme a mi, sino para cuidar al dinero”.

Yo siempre tuve la delicadeza y el cuidado de escoger un banco donde hubiera varios elementos que me hicieran sentirme seguro al estar en él:
         I.            Tuviera muy buena seguridad para mí.
      II.            Me trataran lo mejor posible y
    III.            Fueran sencillos y rápidos los trámites.
Pero me estaba dando cuenta que todo lo que hacían, no es para protegerme a mí, ni para que yo me sienta a gusto con ellos, sino que se lo ofrecen a lo que en verdad entra a ese recinto.
El dinero.
   Entonces, las cámaras de video del banco, su caja fuerte, sus alarmas, los guardias que custodian la entrada, ¿no son por mí?

Lo voy a poner de otra forma:
Si hubiera un atentado a las bóvedas del banco e hicieran estallar una bomba dentro de él, y en ese estallido corre peligro mi vida, pero los malhechores están sacando al precioso dinero de la bóveda ¿a quien rescatarían los guardias, a mí o al dinero?

Tanto valor le hemos dado al dinero que por donde quiera que pase le hacemos caravana; y no solo se la hacen los ladrones, ni los que lo tienen, se la hacemos nosotros mismos.
¡Que importante es el dinero!

Cuando estaba chico, escuchaba mucho una frase de los abuelos y no la entendía. Ellos decían:
“que poderoso caballero es Don Dinero” Por donde pase es digno de reverencia y respeto.

Si el dinero te acompaña, todas las puertas se te abren. Si el dinero está de tu parte aunque tú no tengas ni una pisca de ángel para tratar a la gente, te van a reverenciar y a darte todo tipo de gloria por tus falsos “atributos” (verdad Luismi… Emilito… Paris??? ejem… perdón) Pero acuérdate: no es por ti, es por el caballero que te acompaña.

Algo contradictorio que pasa también en el banco es que si tienes dinero, ellos te dan todas sus facilidades para prestarte cualquier cantidad de aún más dinero que tú requieras. ¿Para qué necesitaría que le prestaran dinero al que ya lo tiene? ¿No es más lógico prestarle dinero al que no lo tiene y lo necesita? Pero no es así. Si no tienes con qué respaldar el préstamo, te dicen, jamás te prestarán nada. Con razón reza el dicho “el dinero llama al dinero”.

Nunca me hubiera imaginado que el dinero aparte de ser muy importante en nuestra sociedad, aun más que el valor de nuestras vidas, es un caballero muy ambicioso, ya que es un ladrón profesional.
Estando contigo empieza a robarse la atención de los demás obteniéndola muy fácil con su singular tintineo al mostrarse y dejarse ver.
Te roba a ti mismo tu propia dignidad al sucumbir a sus deseos de querer multiplicarse en tus arcas personales. Al apoderarse de tu carácter ya no lo puedes controlar y quieres cada vez más, no importándole que para eso va a robarte el tiempo precioso de tus hijos, pretextando que para ellos trabajas, para tener mas “dinero” para que ellos vivan mejor, pero ¿en realidad viven mejor teniendo mas?
Que curioso decir: “trabajo doce horas al día para que mi familia tenga un buen nivel de vida”, y la vida nunca se vive con ellos, la vives con tu preciado “dinero” dándole toda tu atención. Cuidando de no desperdiciarlo nunca en una mísera caridad, aun viendo la necesidad apremiante de una madre que se te acerca afuera del banco pidiéndote una moneda para comprar leche para su bebé, objetando que existen tantas “redes” de gente malviviente que usa a los bebés para dar lastima y así quitarte tu tan bien estimado “dinero”.

Pregúntale a la familia del narcotraficante más prolífico si ellos viven mejor con toda la opulencia que tienen, Ellos tienen mucho dinero (o… ¿el dinero los tiene a ellos?)
 Acuérdate, este caballero es un ladrón muy astuto y la única forma de que los acompañe en sus vidas puede ser envenenando la salud de los jóvenes, acribillando sin piedad al inocente, ofrendando la vida de los soldados al querer defender inútilmente a una sociedad enferma no de drogas, ni de piratería, ni tampoco de poder, sino de lo que dice la biblia que es la raíz de todos los males: el amor al dinero.
 
Este caballero que se ha apoderado de nuestras formas de vivir no nos proporciona ni honradez ni inteligencia, ni conocimientos, ni paz; no hace al hombre virtuoso, ni buen gobernante, ni buen padre de familia, ni buen cristiano. Entonces ¿por qué le permitimos tener tanta importancia en nuestras vidas?

El dinero no es propiamente un bien, sino un medio convencional de cambio que permite obtener bienes reales; pero admitámoslo, en esta sociedad en que vivimos sin dinero no se puede vivir.

Hubo una persona que tuvo la oportunidad de acercarse al hombre más importante que ha pisado nuestro planeta, y tuvo el honor de haberse llamado “amigo” de él. Pero se dejó seducir por el poderoso caballero. Judas no era un hombre que no tuviera conciencia. Su conducta futura me muestra una conciencia y un remordimiento. Pero Judas terminó ahorcándose por el amor que le profesó siempre a su amado “Don Dinero”. El amor al dinero abrió una puerta por la que Satanás pudo entrar en él.

En la biblia leemos de él:
- ¿No los he escogido yo a ustedes doce? - repuso Jesús -. No obstante, uno de ustedes es un diablo. Se refería a Judas, hijo de Simón Iscariote, uno de los doce, que iba a traicionarlo.
 (Sn. Juan 6:70, 71 - NVI)
-Hasta mi mejor amigo, en quien yo confiaba y que compartía el pan conmigo, me ha puesto la zancadilla. (Salmo 41:9 - NVI)

¿Qué pasaría si Cristo dijera eso sobre mí, o sobre ti? ¿Acaso soy inmune por algún motivo? ¿Acaso Judas era inmune? ¿Acaso Ananías y Safira, quienes detuvieron parte de lo que sacaron de la venta de su tierra debido a su deseo por tener más dinero, eran inmunes a la ira de Dios debido a que eran miembros de la primera Iglesia?

Aunque, aterrizando un poco y bajándole al calor de esta mi cavilación, puedo pensar que,
La maldad no está privativamente en el dinero. Pues Jesús mismo lo empleó. Como carpintero en Nazaret, sin duda debió ganarlo. Lo que encierra maldad es el “amor por el dinero” y levantarlo como un ídolo.
No hay pecado en la posesión de bienes. El egoísmo y la codicia son los que nos contaminan y nos llevan a la ruina, tal como le sucedió a Judas.
En nosotros está la decisión si el dinero nos sirve a nosotros, o si nosotros le rendimos pleitesía y lo seguimos considerando como el Poderoso caballero Don Dinero.

Disculpa, ¡ya voy a pasar a la ventanilla!



escrito por Juan Vizcarra.
1a. imagen tomada de la portada
del Libro: Galaxia 2001 no. 31
autor de la portada: Prieto Muriana

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